Los habitantes originarios de Túnez, y de todo el norte mediterráneo de África, son el pueblo Amazigh o Bereber, del cual ya hemos hablado en entradas anteriores. Pero a lo largo de la historia también otros pueblos han dejado huella de su cultura, bien por invasiones, bien por flujos migratorios. Fenicios, romanos, judíos y árabes son algunos de los pueblos que se establecieron, tanto en las costas del norte del país, como en la zona sur, en el desierto. A estos pueblos se le sumaron, tiempo después, musulmanes de España y turcos otomanos.
La Orgullosa Cartago

Fueron los emigrantes fenicios de Tiro quienes fundaron la ciudad de Cartago a finales del siglo IX a. C., como un asentamiento comercial que con el tiempo se convirtió en una Ciudad-Estado y que llegó a rivalizar con otras ciudades de Sicilia o de la República de Roma por el control del Mediterráneo. Poco queda de aquel esplendor, recordemos que Escipión la redujo a cenizas en el 146 a. C., poniendo fin a las Guerras Púnicas que lo enfrentaron con Anibal.


La visita se inicia en los Puertos Púnicos, que se caracterizaban por su rada circular. La ciudad disponía de dos puertos independientes, y aún hoy en día siguen siendo visibles. El militar, en un círculo, y el civil o comercial, más estándar, pero igualmente con una protección a su entrada.



A continuación nos dirigimos hacia el monte Byrsa, donde se asentaba la antigua Cartago. El camino a través del pequeño bosque está adornado con pequeños sarcófagos que parecen de niños, pero también hay enterramientos más grandes.





Aunque casi todo lo que se conserva es mayoritariamente romano, como las Termas de Antonino edificadas en el siglo II. Son las de mayor tamaño de África y ocupaban más de 200 metros de longitud y sus bóvedas ascendían hasta los 30 m de altura. Pese a todo, aún se conserva una capilla cristiana de época y estilo bizantino, una columna de unos 15 m de altura, conocida como la columna frigidarium, y los sótanos donde trabajaban los esclavos para mantener la actividad de estos baños. Nos quedaron por visitar otros vestigios que no estaban incluidos en la visita como el teatro, el anfiteatro o la antigua acrópolis púnica, pero cuando se viaja organizado se tiene que aceptar la organización. Por eso, en los últimos años, nosotros somos nuestra agencia de viajes.
El Temible El Djem

Desde lejos se observa la silueta de esta magnífica construcción, esbelta, equilibrada, majestuosa, una obra de la ingeniería romana pero al mismo tiempo terrible, por el dolor y sufrimiento de los que perecieron en su interior. Estamos hablando del Anfiteatro de El Djem, también llamado Coliseo de Thysdrus, situado en la ciudad de Djem. El mayor anfiteatro romano de África y el cuarto del Mundo.








Construido en el año 238, tiene unas dimensiones colosales, 147,9 m de largo y 122 m de ancho, la arena interior es una elipse de 64,5 x 38,8 m, con una capacidad para unos 35.000 espectadores. Fue escenario de combates de gladiadores, carreras de carros y otros juegos de circo, en especial exhibiciones de fieras y representaciones de cacerías de animales. Se podía circular por todas las zonas del edificio sin restricciones en la fecha de nuestra visita en 2008, un verdadero lujo.
La isla de Djerba

El acceso a la isla lo hicimos por la antigua Calzada Romana de 7 km, construida en el siglo III, que une la península de Zarzis y la localidad de El Kantara, al sur de la isla. La isla es bastante pequeña y plana, unos 514 km². Con un litoral de costas bajas y playas de arena dorada que la han convertido en un referente del turismo exclusivo y de lujo. Nuestro destino estaba al norte, Houmt Souk, la capital, pero para ello tuvimos que atravesarla longitudinalmente. Vimos las típicas casas llamadas menzel, de forma cuadrada o rectangular, sin ventanas al exterior, con un patio al que se asoman varias habitaciones y rodeadas de huertas y campos provistos de pozos o pequeñas cisternas.


A medio camino se encuentra la la Sinagoga de Ghriba. Según cuenta la leyenda, varias familias judías cruzaron el mar Mediterráneo y se instalaron en la isla de Djerba, tras la toma de Jerusalén y la destrucción del Templo de Salomón por el emperador Nabucodonosor II en el 586 . Con ellos llevaban una piedra o una puerta del templo (hay diferentes versiones) que usaron como clave para la construcción de la sinagoga, que se ha convertido en lugar de peregrinaje anual para cientos de judíos de origen tunecino distribuidos por todo el mundo. Aquí se produjo en 2002 un atentado reivindicado por Al Qaïda.








Nuestro destino final fue la ciudad Houmt Souk, celebre por sus zocos y fonduk. Los colores dominantes son el blanco intenso para la mampostería y el azul cielo para puertas y ventanas. Un gran laberinto de calles pequeñas conectadas por arcadas y plazas llenas de buganvillas, donde perderse sin rumbo fijo admirando telas preciosas, las imprescindibles alfombras árabes, ropa de cuero, sacos con especias de colores y olores imposibles, talleres de orfebrería y todo tipo de souvenirs.

Abandonamos la isla en transbordador, desde Ajim, al sudoeste de la isla, hasta el continente en el puerto de Jorf . Para continuar nuestra ruta costeando hacia el norte.
Gabès y el Souk de Jarah







A las orillas del Golfo de Gabès encontramos el mayor de los oasis de la costa, gracias a sus pozos, en la ciudad de Gabès. Dentro de la ciudad se encuentra el Souk de Jarah, un lugar muy pintoresco. En pocos metro cuadrados se dan cita infinidad de puestos, aunque el mercadillo de las especias sea el más visitado por los turistas. Sin embargo, allí se puede encontrar todo tipo de artículos desde, pescado crudo secándose al sol en el centro de la plaza, hasta animales degollados desangrándose siguiendo la más pura tradición árabe, halal.
Monastir, la Ciudad Monasterio

Caía la tarde y los pocos rayos de sol no calentaban las frías rachas de viento que soplaba. A pesar de las inclemencias no dispusimos a visitar la villa tunecina de Monastir. Famosa por sus playas de arena blanca y aguas turquesas, el magnífico paseo marítimo, el puerto deportivo, la explanada del Ribat, el cementerio dominado por los finos minaretes del mausoleo de Bourguiba y las callejuelas adoquinadas de la Medina.




El nombre de Monastir tiene su origen en un monasterio de la época bizantina. La vocación espiritual del emplazamiento perduró, ya que en los siglos siguientes se estableció allí una comunidad de ascetas musulmanes. La ciudad se desarrolló en torno a su Ribat de Harthema, pequeño fortín construido en el siglo VIII para proteger a esta comunidad. Más tarde el edificio fue agrandado por los sultanes de Túnez y después por los otomanos.

Al lado derecho se levanta la Gran Mezquita, con vistas al mar y fuera de la Medina, se caracteriza por sus altas fachadas exteriores construidas en piedra, incluye una sala de oración, un minarete y no tiene patio interior.

Al lado izquierdo del Ribat se extiende el Cementerio, Sidi el Mezeri, que data del siglo XI. Todas las tumbas son de color blanco y alineadas en dirección a la Meca.


Dentro de él se encuentra el Mausoleo de la familia Habib Bourguiba y dentro, la tumba del primer presidente y padre de la democracia en Túnez. Aunque murió en el año 2000 los trabajos de su construcción comenzaron en 1963. En la entrada hay dos grandes templetes con forma octogonal, uno de ellos con fuente y el otro totalmente diáfano. A continuación hay una explanada que termina en un edificio de una gran cúpula dorada que a su vez está rodeada por tres cúpulas verdes, escoltado por dos altos minaretes de más de 20 metros cada uno, rodeado por un patio porticado.






Los materiales que se usaron en su construcción fueron la piedra pulida, la cerámica azul y el valioso mármol de Carrara; los minaretes, por su parte, están hechos con mármol gris. En su interior está la gran tumba que guarda los restos de Habib Bourguiba y que también está realizada en mármol blanco.


Regresamos a La Place Des Arts y aunque la noche quería envolvernos decidimos visitar las desiertas callejuelas de la Medina. A esta hora ya estaba casi todo cerrado, poco quedaba de la bulliciosa villa, de sus tiendas de souvenirs y del trasiego de turistas regateando por el último recuerdo antes de volver a sus países de origen. Solo algunos bares y restaurantes permanecían abiertos a la espera de esos últimos rezagados, a los que ofrecerles su tradicional té a la menta o lo mejor de la cocina tunecina.
30/10/2022 at 15:56
Reblogueó esto en Blog de mis amores.
Me gustaMe gusta