Amanecimos en el mayor oasis de Túnez, en el palmeral de Tozeur, la última ciudad antes del gran Desierto. Un verdor en medio de la aridez del paisaje agreste de doradas dunas del desierto era lo, primero y último, que veían la caravanas de comerciantes y viajeros que recorrían el Sahara ,cruzando el desierto hacia o desde el corazón de África, comerciando con valiosos productos o traficando con esclavos que luego eran vendidos en los mercados portuarios del norte del Mediterráneo. Ya lo decía Saint-Exupéry en boca de su personaje, el Principito: lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte.




Si hay un lugar al que tienes que ir nada más llegar es a la Plaza Ibn Chabbat, denominada así en honor al arquitecto que diseñó las canalizaciones hídricas para las palmeras del oasis que permitieron la prosperidad de la ciudad. Es el Picadilly Circus o el Times Square, el meet point por excelencia. Se entra a través de los arcos en la Avda. Habib Bourguiba y corta la plaza dejando la entrada al zoco y a la Medina a un lado. Al fondo vemos la Mezquita Farkous o Ferkous, con su alto minarete.









Aquí se levanta el edificio del Mercado Central, construido durante el protectorado francés. Se exponen frutas y verduras y abunda la especialidad de los dátiles. Sobre todo lo que más sorprende es ver los puestos de carne de dromedario o vaca, identificados por la cabeza del animal colgada del techo, en los que se exhiben las distintas piezas de carne y vísceras del animal. El mercado está rodeado de locales de diferentes oficios como el de barbero, también podemos encontrar cafés donde tomar un aromático té o fumarte una shisha, anticuarios que te quieren vender tesoros desenterrados de las arenas del desierto o restaurantes donde te ofrecen verdaderos manjares especiados.







A continuación nos dirigimos hacia la entrada del Zoco y la Medina. Si nunca has entrado en un zoco deberás armarte de paciencia, porque tendrás que regatear por cualquier producto que vayas a compra, ¡es todo un arte!. Las calles rebosan de alfombras, rosas del desierto, túnicas y chilabas, cestos de mimbre, cuencos o azulejos de cerámica decorada, teteras de cobre, objetos de bisutería o en plata y todo tipo de souvenirs.









La Medina de Tozeur está básicamente formada por el barrio de Ouled el-Hadef, el más antiguo de la ciudad, que se ha conservado prácticamente intacto desde el siglo XVI. La medina no es muy extensa, se caracteriza por pequeñas plazoletas, a las cuales se accede por estrellas callejas, algunas con túneles o pasadizos. Las casas son cuadradas de techos planos, muy pegadas entre sí, con su singular arquitectura tradicional que emplea ladrillo visto de color ocre amarillento, salientes en las fachadas, formando una característica decoración con motivos geométricos. Este estilo es propio y únicamente se puede ver aquí y en Nefta.







Deambulando por el laberinto de callejuelas vamos admirando la riqueza de la ornamentación de las casas y lo bellamente decorada de las puertas de vivos colores. Te sorprende la cotidianeidad, la vida diaria de sus moradores, el silencio solo roto por el llanto de algún niño o la llamada a la oración desde alguno de los minaretes de las mezquitas que te puedes encontrar en su interior, como la de Sidi Abid Lakhdar o la de Sidi Ben Galeb, además de numerosas zawiyas (escuelas religiosas islámicas).










Antes de abandonar la Medina nos acercamos al Museo de Artes y Tradiciones Populares, Dar Cherait, ubicado en la antigua Koubba de Sidi Bou, alberga una serie de exhibiciones y dioramas que explican la cultura y la vida cotidiana de los hogares tradicionales de Tozeur. Una vez accedes a su interior te recibe el frescor de su patio con una preciosa fuente en forma de estrella, que da acceso a varias salas, la Sala de los Notables, el sabor de sus fogones, la fastuosidad de sus joyas, el relax de su hammam o el recogimiento de su escuela coránica.









Por la tarde nos llevaron en calesa al Palmeral, que se extiende por casi 10 km2 y dicen que se cultivan más de 400 mil palmeras. Por tanto, la principal actividad económica es fácil de deducir, la producción datilera de la variedad llamada Deglet Nour, dedos de luz, de textura suave, color translúcido y sabor meloso. Bajamos de la calesa y caminamos por el palmeral, donde nos explicaron todo acerca de su cultivo, su aprovechamiento y su polinización manual. Un señor, ya mayor, nos demostró como se sube a una palmera con los pies descalzos, con un agilidad impropia de su edad.











Continuamos nuestro camino hacia otro de los Chott, lago salado, Chott el Djerid, que se extiende por unos 7.000 km². La carretera que lo cruza, lineal e interminable, permite admirar su extensión. La formación de la capa salina debido a la fuerte evaporación del agua caída, en las escasas lluvias que se producen, permiten los espejismos, habituales al mirar al horizonte. Aquí también se rodaron algunas escenas de La Guerra de las Galaxias. En mitad de la nada hay una pequeña zona donde los comerciantes locales han desplegado, con sus pocos medios, la imaginación para hacer parar al viajero y así atraerlo hasta sus humildes negocios en el que comprar sal recogida de las capas superficiales, rosas del desierto, o algún que otro pequeño souvenir.








Nos dirigimos más hacia el sur, hacia Douz, conocida como la Puerta del Desierto, por ser el comienzo de los mares de arena del Sahara. Paisajes de arena infinitos, dunas de más de 100 m de altura, hacen de este desierto, el más grande del Mundo, un lugar único. El pueblo fue fundado por los Mrazig, un pueblo nómada de origen árabe/bereber (las fuentes no se ponen de acuerdo) del que sus descendientes viven todavía hoy en día pero bastante menos nómadas. Desde aquí parten la mayoría de las excursiones en dromedario, calesa o 4×4 hacia las dunas. Y eso es precisamente lo que vinimos a hacer nosotros.





Con el nuevo día pusimos rumbo sureste en dirección a la llanura de Djeffara, hacia la ciudad de Medenine, pasando por los asentamientos de Tamezret y Matmata. Tamezret, está situado en la meseta de El Dahar, caracterizada por relieves calcáreos cubiertos de capas arcillosas, lo que ha permitido la excavación de cuevas y casas, en la antigüedad, donde refugiarse de las invasiones árabes y temperaturas extremas, dando lugar a las casas conocidas con el término de «Casas Trogloditas». Aquí todavía se habla la lengua de los antiguos bereberes, el amazigh.









A unos 10 km, en las montañas del mismo nombre, se encuentra la antigua población bereber de Matmata, aunque ya no se hablé aquí. Visitamos una casa troglodita. Estas son viviendas excavadas en las laderas de la montaña alrededor de un gran pozo, generalmente circular. Alrededor de este pozo, que constituye el patio de la vivienda, se excavan longitudinalmente y en pisos las habitaciones que se utilizarán. En el piso inferior se ubican los dormitorios, cocina, redil para las cabras y establos, quedando el piso superior reservado para el almacenamiento de cereales , dátiles , aceitunas, higos secos, etc… Algunas han dispuesto una jaima para recibir y vender sus productos. Obviamente todos reconocerán la similitud con los escenarios de la Guerra de las Galaxias.






Nuestra última parada fue en la población de Medenine, en la llanura de Djeffara y ya cerca del mar Mediterráneo. Allí visitamos los ksours o Ksar (singular), un tipo de fortaleza constituida por un conjuntos de graneros semicilíndricos, llamados ghorfas, para almacenar provisiones. Se suele acceder por una única puerta y los graneros se distribuyen alrededor de un gran patio que se usa para reunirse allí, recibir visitantes y realizar transacciones comerciales. Las celdas o ghorfas se pueden construir en varios niveles, cerradas por fuera, a las que se puede acceder por una escalera rudimentaria. Las primeras se construyeron durante el s. XVII y hoy en día solo quedan unas 90 por esta parte del país.
Deja una respuesta