Este viaje quedará marcado en la retina del tiempo por los diferentes sucesos que acaecieron en esas fechas. Como casi siempre por estas fechas, Rosi y yo huíamos de los Carnavales (2020) en Tenerife, Islas Canarias. Siempre son muy románticas estas escapadas, a mi me gusta tildarlas de fugas. Le insufla un aire de aventura, incertidumbre, riesgo. Las noticias que llegaban de China, sobre la infección de miles de personas y centenares de muertos, por el virus COVID-19, parecían lejanas. También en Italia se daban los primeros casos de infección y en algunas ciudades del norte de Italia, como Bérgamo, se multiplicaban rápidamente. Incluso en Canarias teníamos nuestro primer caso en la Gomera, un turista alemán.

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Así y todo, con este panorama, que veíamos un tanto lejano para ser sinceros, decidimos seguir adelante y viajar a la isla de Cerdeña, Italia. Situada en el mar Mediterráneo y lindando al norte con Córcega (Francia). Desde el avión que nos llevó primero a Madrid, donde tuvimos que hacer noche (Tach hotel Barajas) ya que el vuelo de Ryanair salía a las 6:40 h, ya se veía lo abrupta y escarpada que es la isla, con largas playas de arena dorada y un mar de color turquesa que se incrementa con los rayos del sol. Aterrizamos en su capital, Cagliari y realizaríamos un itinerario circular de este a oeste, intentando ver aquellos lugares que en la mayoría de los blogs de viajes citan como imprescindibles.

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Comenzamos por su capital, Cagliari a la que le dedicamos un día. Nos alojamos muy cerca del bastión de Saint Remy y de la terraza de Umberto I, que ofrece unas vistas increíbles del puerto y permite la visita a la zona del Castello, la  catedral románica de Santa María, el Palacio Real, las torres del Elefante y de San Pancracio, construidas por los pisanos en el siglo XIV para defenderse de las tropas de la corona de Aragón. Cruzando la puerta del Arsenal entramos en la zona de los museos, donde destaca el Museo arqueológico. Atravesando la puerta de Mª Cristina nos acercamos hasta el Anfiteatro romano, del s. II dC. A continuación bajamos en dirección hacia la zona del Stampace que guarda el pasado fenicio de la ciudad con iglesias interesantes como la de San Efisio de estilo barroco o la iglesia de San Michele, construida por los jesuitas durante el siglo XVII. Si sigues caminando en dirección al mar llegas a la zona de la Marina, el barrio de los pescadores y trabajadores del puerto, donde se encuentra la mayoría de los restaurantes y el ocio nocturno.

Dejamos atrás Cagliari para recorrer la Costa Este. Tomamos la carretera panorámica SP17 hacia Capo Carbonara, para ver la espectacular playa de la Spiaggia di Porto Giunco. La playa separa del mar la marisma Notteri, donde cientos de flamencos migratorios nadan y rebuscan en el fondo plácidamente.

Continuamos hacia el norte por la SS125, parando en la playa Spiaggia di Colostrai  antes de llegar al Golfo di Orosei. Hicimos noche en la Cala Gonone aunque no pudimos hacer ninguna excursión a las famosas calas (Mariolu, Goloritzè,  Luna, Sisine, etc…) ni a la  Grotta del Bue Marino, por estar todas las agencias cerradas por temporada baja.

Otra opción era una visita al parque nacional Gennargentu pero nosotros decidimos visitar el interior de la isla, la región de la Barbaglia, de escarpadas montañas y valles profundos, con pueblos agrícolas medio aislados, fuertemente religiosos aferrados a tradiciones atávicas. Pueblos como Dorgali, Oliana, Ottana, Orgósolo y sus pintorescos murales pintados o la capital  de la región Nuoro merecen una visita. También hay bastantes yacimientos nurágicos como los de Serra Orrios, la tomba dei geganti de S’Ena y Thomes o el de Noddule. Continuamos pegados a la costa del Golfo Orosei, por la SS125,  atravesando túneles kilométricos y pequeños pueblos, como Orosei, Siniscola o Posada. Paramos en la Spiaggia di Santa Lucia, una playa inmensa de arena blanquísima y aguas cristalinas antes de llegar a Olbia.

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Olbia, la puerta de entrada a la Costa Esmeralda, donde hicimos noche en el Grand Hotel President, frente al puerto y al museo arqueológico y cerca de la tranquila y coqueta calle peatonal Umberto I, donde se desarrolla la vida nocturna de la ciudad e ideal para tomarse una copa en alguna terraza, cenar en los muchos restaurantes o simplemente pasear a la luz de la luna mirando los escaparates de las tiendas o la antigua Parrocchia di San Paolo Apostolo, con una maravillosa la cúpula revestida en mayólicas. Por la mañana visitamos la iglesia románica de San Simplicio, construida a finales del s XI y principios del S. XII.

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La tarde la dedicamos a visitar el complejo nurágico de Albucciu, la Tomba del Giganti Coddu Vecchiu cerca del pueblo de Arzachena. El monumento funerario consta de  una estela, megalitos de piedra y una tumba de galería que por su longitud, las mentes más febriles la asemejan con el descanso eterno de un gigante.

Al día siguiente recorrimos la Costa Esmeralda, impresionantes calas de aspecto salvaje y pueblecitos pintorescos de cuidada arquitectura sarda se suceden uno detrás de otro. Las carreteras son estrechas  e irregulares y se retuercen desde Oblia hasta Santa Teresa de Gallura nuestro punto de descanso. Cruzamos el Golfo de AranciPorto Rotondo y las playas desiertas de Capriccioli, la spiaggia il Pirata y la spiaggia del Principe o  il Pevero.

Pasamos por pequeños puertos deportivos como Porto Rotondo u otros más grandes y famosos como Porto Cervo, un enclave del glamour y del famoseo italiano y europeo, destaca  la iglesia Stella Maris situada junto al puerto. Cruzamos también por  pequeñas poblaciones marineras como Sardinia, Cannigione o la Saline muy poca gente en la calle aunque hacía buen tiempo y lucia el sol se nota la temporada baja.

En Capo Orso intentamos ver la famosa roca esculpida por el viento en forma de Oso pero estaba cerrado el acceso. Frente a nosotros se dibujaba lejana pero cercana figura del archipiélago de la Maddalena  que no pudimos visitar por falta de tiempo, tal vez cuando visitemos Córcega. Pasamos por Palau desde donde salen la mayoría de los ferries para recorrer las islas de la Maddalena.

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Llegamos en medio de un vendaval a Santa Teresa di Gallura, parecía que Eolo quisiese arrancar la famosa torre de Longosardo construida por los aragoneses en el s XVI.

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Al día siguiente visitamos el Capo Testa un promontorio rocoso unido a tierra por una estrecha franja de arena. Aquí siempre sopla el Mistral. El paisaje es colosal, granítico, ciclópeo, las piedras se han erosionado desde hace 300 millones años, creando formas antropomórficas de lo más fotogénicas. La silueta del faro se recorta contra un cielo azul, erigido en 1845 para guiar los barcos que cruzaban el estrecho de Bonifacio. Desde este enclave observamos ensimismados la costa de Córcega. Todavía se observan los restos de la cantera usada por los romanos que apreciaron la originalidad de sus piedras para la decoración de las columnas del Panteón de Roma. Son muchos los senderos para recorrer, tal vez el más visitado sea el que lleva al Valle de la Luna y a las calas cercanas.

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Dejamos atrás este fantástico paisajes y nos dirigimos hacia el suroeste costeado la isla hasta llegar a Castelsardo. Nos recibe la Roccia dell’Elefante, una roca desprendida que ha quedado al borde de la carretera con forma del elefante. 

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La población se encuentra dominada por el Castello dei Doria, encaramado a la montaña que cae a pico al mar. Una carretera serpenteante te lleva casi hasta sus puertas. Dentro un laberinto de coloridas casas bajas y callejones estrechos con rampas y escaleras llevan a pequeñas plazoletas y oteros con vistas al barrio fuera de las murallas, Su Bagnu, cerca de las playa. Impresiona la Catedral de San Antonio Abad, construida al borde del acantilado en el s. XVI con un campanario separado. Hicimos un alto en el restaurante La Guardiola (Piazza Basione 4), cuyo nombre nos recuerda el paso de catalanes por la isla.

Continuamos hasta el antaño pueblo de pescadores de Stintino, cerca del Capo Falcone para ver una de las playas más famosas de la isla, la Pelosa, descrita como «un paraíso tropical de arena fina y agua cristalina color turquesa«.  Frente a la playa, en un islote, se levanta una torre aragonesa (1578) que es el símbolo de la Pelosa y una de las imágenes publicitarias de Cerdeña. Realmente el día estaba ventoso y nubes grises auguraban lluvias, así y todo el paisaje resultaba sobrecogedor, seguramente muy diferente a las aglomeraciones del verano.

Paramos en Porto Torres, antiguo puerto y enclave romano. Visitamos la Basílica de San Gavino, la iglesia románica más grande de la isla, con un cementerio paleocristiano, data del periodo entre 1030 y 1080.

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Pusimos dirección hacia el interior para visitar la región del Logudoro, cerca de la ciudad de Sassari, que no pudimos ver por falta de tiempo. Las invasiones de genoveses y pisanos durante el s. XI dejaron numerosas muestras de su cultura en forma de iglesias románicas. Nosotros visitamos  la Santissima Trinitá di Saccargia, una delicia que tuvimos la suerte  de encontrar abierta. La fachada está adornada con dobles arcos ciegos, rosetones y rombos de colores. Los capitales del pórtico presentan motivos florales y animales. Parece que el nombre de la iglesia deriva de la palabra acca argia, vaca pinta. Cuenta la leyenda que este animal se arrodillaba a rezar delante del altar, de ahí las numerosas representaciones del animal. El campanario se alza con capas alternas de traquita negra y caliza blanca. El interior es muy austero con una nave central muy alta apenas iluminada por pequeños ventanales y unos frescos impresionantes en el ábside.

Terminamos nuestro periplo del día en la ciudad costera de Alghero. Levantada en el s XII, también por la familia genovesa de los Doria, que posteriormente pasaría a manos aragonesas  en el año 1353. Se dice que es la ciudad más española de Italia. El casco viejo esta confinado por murallas enlazadas por torres fortificadas que dan al mar. Paseamos cogidos de la mano por las laberínticas callejuelas empedradas, llamadas ginquetes, tentados por los olores que salían de casas y pequeños restaurantes o dejándonos seducir por las numerosas tienda de coral rojo muy típico de la región.

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La Catedral de Santa María, un templo del siglo XVI de estilo gótico, las iglesias de San Michele o San Francesco, los palacios D’Albis y Carcassona, las torres defensivas que guardan el corazón de la ciudad, como la de Sulis, Sant Elm o la Porta Terra, edificada en el siglo XIV por la comunidad judía, son alguno de los monumento que pudimos visitar.

Sin olvidar la animada Marina y el puerto repleto de terrazas.  Realmente es una ciudad deliciosa y una de las que más nos gustó, si no, la que más.

Con muchísima pena dejamos Alghero y también otros puntos de interés como las playas de San Giovanni, del Bombarde y la famosísima cueva marina de Grotta di Neptuno, pero tuvimos que elegir. Continuamos hacia el sur para visitar la ciudad de Bosa, a la orilla del río Termo, edificada en las faldas del cerro de Serravalle, donde reina el castillo Malaspina, una fortaleza casi inexpugnable de la familia toscana Malaspina, del siglo XI o XII. Desde la Piazza 4 de noviembre, tomamos la calle Vittorio Emanuele, posiblemente la más interesante para introducirse a través del burgo vechio. La Casa Deriu es uno de los edificios más bellos de esta calle que contiene un interesante museo repartido en tres plantas. Al final de la calle sobresale la bonita figura de la Concatedral, dell’Immacolata Concezione. 

Cruzamos el Puente Vechio, para alcanzar la orilla opuesta donde se levantaban los antiguos almacenes y naves de curtiduría. La imagen desde este punto es espectacular, el reflejo en el agua de la cúpula de la catedral, el castillo en lo alto del cerro y la hilera de casas de diversos colores que muestran una perfecta coordinación y armonía. Acodado en los muros del puente me quedo embelesado observando el vaivén de los pequeños barcos de pesca amarrados al muelle fluvial y a los marineros afanados en remendar sus útiles de pesca.

Dejamos atrás el único río navegable de Cerdeña y nos dirigimos a la península del Sinis, hacia el Capo San Marco donde se encuentra la antigua Tharros, ciudad fundada por los fenicios  en el s. VII aC, aunque también hay restos arqueológicos  romanos, una torre aragonesa, San Giovanni e incluso restos de un nuraghe de la edad de bronce. Pero es del periodo romano del que se conservan los mejores restos, a partir del corazón del Cardo y el Decumano se conformaba el centro de la ciudad, y donde encontramos los mayoría de los edificios; las termas, cisternas, templos, parte del foso y fortificaciones defensivas.

Al salir de la aldea de San Giovanni de Sinis visitamos la iglesia paleocristiana de San Giovanni una de las mas antiguas de Cerdeña, data del s. V, aunque fue reconstruida en los s IX y X. Destaca su austeridad y las naves con bóveda de cañón.

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Las piezas y objetos extraídos en las excavaciones se pueden encontrar principalmente en el Museo Civico Giovanni Marongiu de la ciudad de Cabras a unos 10 km. Aquí vimos los Gigantes de Monte ’e Prama, un conjunto de esculturas monumentales de la civilización nurágica. La necrópolis fue datada en la Edad de Hierro, aproximadamente entre el 900 y el 750 a. C.

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Nuestra última parada fue en la ciudad de Oristano, que en plenos carnavales sus calles estaban tomadas por gradas metálicas. La fiesta de Sa Sartiglia, de origen aragonés, comienza cuando los caballos toman la calle y sus jinetes participan en un torneo que consiste en ensartar la espada que blanden en una estrella de plata que cuelga en el recorrido del centro de Oristano.

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De las murallas que antaño protegían la ciudad solo queda la Torre di Mariano II o di San Cristoforo, del siglo XIII en la Piazza Roma. Tomando el corso Umberto, calle peatonal que alberga los edificios más señoriales hasta llegar hasta la irregular y arbolada Piazza Eleonora donde se levantan varios palazzos, como el de Corrias o el Comunale. Muy cerca encontramos la Cattedrale di Santa Maria Assunta, donde llama la atención su campanario de planta octogonal del siglo XIV. La otra gran iglesia es la Chiesa di San Francesco, de estilo neoclásico.

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Y hasta aquí nuestro viaje a Cerdeña que a pesar de las situación del Covid-19 y ser temporada baja disfrutamos muchísimo. Es verdad que no pudimos visitar todos los lugares emblemáticos o porque estaban cerrados o porque no nos daba tiempo. En cualquier caso lo disfrutamos mucho, si bien la isla es conocida por sus hermosas playas de aguas cristalinas yo destacaría su patrimonio arqueológico y sus encantadores y deliciosos pueblos, tanto del agreste y duro interior, como los pueblos pesqueros y turísticos de la Costa. Así que hasta el próximo viaje que espero que el confinamiento y la situación mundial nos permita poder viajar….