Marruecos es uno de los países más evocadores en los que hemos estado. Esta es la cuarta vez que nuestros pies recorren alguna de sus emblemáticas ciudades, Tánger, Rabat, Casablanca, Fez o Meknes y la tercera vez que visitamos la ciudad de Marrakech (2005, 2009, 2017), donde perderse en su Medina o regatear en sus Zocos es disfrutar de una cultura totalmente diferente. Si en el 2005 fuimos Rosi y yo, en el 2009 nos acompañaron Ire, Dani y Laura. En este 2017 se incorporó David, mi sobrino, un nuevo miembro de Viaja con Nosotros 1986.

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Hoy nos centraremos en la ciudad de Marrakech, fundada por la dinastía bereber de los almorávides en el s. IX, fue enclave comercial en las rutas de caravanas hacia el África negra a través del Sáhara. Posteriormente arrasada por las tribus bereberes del Atlas, los almohades, que la dominaron durante un siglo dejando algunos de sus monumentos más emblemáticos, como la mezquita Kutubia, la mezquita de la Kasbah, la puerta Bab Agnau o los jardines de la Menara.

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El último sultán almohade fue definitivamente derrotado en 1276, y la capital traslada a la ciudad de Fez. Fue ya en el s. XVI cuando la dinastía de los Saadies le volvieron la capitalidad y volvió a vivir una época de esplendor arquitectónico con la construcción entre otros  del Palacio El Badi. Ya apartir del s. XVII comienza la pérdida de poder de los sultanes con disputas entre las potencias europeas por el control del norte de África. Los franceses pactaron con Thami el Glaoui, uno de los señores de la guerra de las montañas del Atlas que gobernó Marrakech hasta 1955 con puño de hierro. En marzo de 1956 Marruecos obtuvo la independencia de Francia y el auge turístico la vuelve a encumbrar nuevamente en estos últimos años.

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Mi consejo para visitar Marrakech, si no se tiene mucho tiempo, es vagar por la Medina, sin más, pasear, dejarte engatusar por alguno de los comerciantes del Zoco, subir a alguna terraza y disfrutar de un té a la hierbabuena. Sin embargo, si tienes más días, propongo el siguiente itinerario tomando como base la Plaza de Djemaa el Fnaa.

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Comenzamos nuestra andadura con uno de los referentes de la ciudad junto con sus murallas, el Minarete de la Mezquita Kotubia, éste se edificó antes que la Mezquita y se terminó bajo el reinado de Yacub al Mansur. Siempre se compara,  con el minarete de la Giralda de Sevilla o con la Torre Hassán de Rabat, ambas de estructura similar, aunque ésta es más antigua.

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El minarete de factura cuadrada, mide 62 metros de altura, y es de arquitectura almohade. Cuenta con seis pisos, que se comunican mediante rampas y en su parte superior  sobresale una aguja con tres bolas doradas superpuestas y de tamaño decreciente. Su nombre, significa «mezquita de los libreros«, debido a los numerosos puestos de libros que la rodeaban en sus primeros tiempos. Está prohibida la entrada los no musulmanes.

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Nuestra siguiente parada es la plaza Djemaa el Fnaa, para llegar a ella se atraviesa unos jardines, donde dormitan una centena de conductores de calesas, a la sombra del Palmeral. La plaza es de grandes dimensiones y está rodeada por todos los lados, menos por uno, que se abre a la Medina repleta de zocos clasificados por su actividad principal. En los bordes de la plaza se han establecido un buen número de cafés, como el café Francia o mi preferido el «Grand Balcon du Cafe Glacier», y restaurantes de todas las categorías, que abren sus terrazas hacia el espectáculo que se forma en este monumental escenario.

La Plaza Djemaa El Fnaa es el punto donde se concentra toda la vida y la actividad, tanto de turistas como nativos. Durante el día destacan los puestos de jugos de frutas o los puestos de frutos secos, las señoras que hacen tatuaje de gena en las manos, los encantadores de serpientes, los amaestradores de monos, los típicos aguadores medievales y miles de vendedores ambulantes. Por la noche el escenario cambia, pero lo dejaré para el final.

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Ahora entramos en el corazón de la Medina, entramos en los zocos o suk, como decía antes están organizados más o menos por gremios, el de los tintoreros, el de los alfareros, el de los fabricantes artesanos de babuchas, etc, pero cualquier camino es válido, siempre hacia el norte, que dónde está??, hacia arriba, es preferible preguntar en los puestos la dirección que buscamos, ellos te la indicarán y luego te engatusaran para que entres en su tienda, son unos linces de las ventas. A mi me encanta el regateo, el discutirles un precio y ver como fingen que los estás ofendiendo al bajar a menos de la mitad el valor del artículo o al despreciarles su mercancía, quitándoles calidad, diciéndoles que no es cuero sino plástico…jajaja.. enseguida  sacan el mechero quemando la superficie para indicarte que no es plástico. Si muestras interés por un artículo, ya estás perdido, no conseguirás bajar su valor.

Seguimos deambulando por los zocos hasta alcanzar varios edificios notables, el Museo de Marrakech, la Madrasa  y Mezquita Ibn Yousef, la Qubba Ba’ dyin, o la Fuente Chrob ou Chouf. El Museo de Marrakech (30 dirhamse encuentra en el antiguo Palacio Mnebbi, construido a finales del siglo XIX por el gran visir del sultán Mulay Mehdi Hassan. La fundación Omar Benjelloun lo compró para rehabilitarlo. El edificio sigue el estilo de una casa marroquí tradicional, una puerta decorada conduce a un patio abierto, actualmente cubierto, con alicatados zellij y tres surtidores de mármol donde destaca una gran lámpara y habitaciones dispuestas a su alrededor. Estas habitaciones, así como las cocinas (douirias) y el hamman (los baños) han sido transformados en salas donde se expone la colección del museo, compuesta principalmente de cerámica, armas, alfombras y otros objetos tradicionales de Marruecos.

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La Medersa o Madraza de Ben Youssef (20 dirham), es la más grande de Marruecos. Encargada por el sultán Abdallah al-Ghalib, su construcción finalizó en 1565. Realmente es un colegio o escuela musulmana de estudios superiores, especializadas en estudios religiosos. Lo más destacable es su gran patio, con piso de mármol blanco con una alberca para las abluciones. Al otro lado del patio se encuentra la sala de oración, contiene las decoraciones más exuberantes del conjunto, usando piñas y palmeras para la decoración del mihrab. A un lado y otro del patio, en la planta baja y el primer piso, nos encontramos con edificios realizados en madera de cedro con estuco y azulejos de colores en los que se distribuían las 132 habitaciones que permitieron alojar hasta 900 estudiantes.

La Cúpula Almorávide o Qubba Barudiyne (10 dirham), data del siglo XI y fue construida por el segundo rey almorávide, Ali Ben Yussef. La cúpula permaneció sepultada bajo tierra y desperdicios hasta que se restauró en 1952. Su planta rectangular mide 7,3 por 5,5 metros y presenta dos niveles con arcadas de diferentes estilos. La cúpula formaba parte de las dependencias de una mezquita hoy inexistente, y su fuente era utilizada para la ablución de los creyentes. La Fuente Chrob ou Chouf, construida durante el reinado del sultán Ahmad Saadi al-Mansur (1578-1603), destaca porque su corona es de madera en forma de un panal de abejas, y el conjunto está cubierto por un techo de tejas verdes. En el dintel hay una inscripción en caligrafía andalusí que invita a los transeúntes a beber y mirar.

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Para finalizar la tarde lo mejor es relajarse en los Jardines Majorell (70 dirhams), pasar del bullicio de la Medina y los zocos de la ciudad roja a este oasis del barrio exclusivo de Gueliz es como entrar en el mundo de Alicia en el país de las Maravillas. Los Jardines fueron creados en 1924 por Jacques Majorelle, pintor francés que se asentó en Marrakech en 1919. Viajero empedernido fue poblando su jardín con plantas exóticas y especies raras de las que trajo de sus viajes por todo el mundo: cactus, yucas, nenúfares, nympheas, jazmines, buganvilias, palmeras, cocoteros, bananeros, bambús… y adornado con fuentes, cuencas, chorros de agua, jarras en cerámica, alamedas, pérgolas…pero lo que más reverbera es el color azul cobalto intenso, que ideó el propio artista, y del que lleva su nombre, frente al verde de la vegetación. En 1980 Yves Saint-Laurent y su pareja sentimental Pierre Bergé, fundan una asociación para el mantenimiento de los jardines y usan el taller del pintor como museo de arte islámico.

Como colofón del ajetreado día lo mejor es terminar en la plaza Djemaa el Fnaa, relajarse en la terraza de un café tomando un té con hierbabuena, mi preferido es el  «Grand Balcon du Cafe Glacier«, es el que tiene las mejores vistas sobre la plaza. El sol se oculta detrás del Minarete de la Kotubia bañando la plaza de colores rosas, naranjas y rojos y de repente la cacofonía de la llamada a la oración de las mezquitas se mezcla con los olores procedente de los puestos de la plaza, en los que se desarrolla una febril danza para que todo este preparado cuando llegue la hora de cenar.

A los puestos de jugos y frutos secos y de los improvisado puestos de comida, se unen grupos de animados parroquianos y turistas que forman corros alrededor de danzantes y músicos venidos de los pueblos del Atlas, hombres medicina, cuenta cuentos, improvisados ring de boxeo, todos en busca de unas monedas. La algarabía es mayúscula, cuando quieres sentarte en algún puesto de comida, todos están numerados, ya casi todos ofrecen los mismos platos, la sopa harira, los tallín, el couscous, la kefta, pescados y verduras, sólo unos pocos ofrecen carne de cabra y su correspondiente casquería o los puestos de huevos y caracoles. Realmente son bastante pesados los «jaladores» de los puestos que incluso llegan a agarrarte para que te sientes en su puesto, pero creo que es digno de verse.

Con el nuevo día y aunque no lo he dicho, mi recomendación es pernoctar en un Riad de la Medina, aunque Marrakech tiene una excelente planta alojativa, con magníficos hoteles con piscina y hermosos jardines en la zona fuera de las murallas en Guerliz o en los barrios de Adgal e Hibernage. Los Riad, son casas tradicionales con patio en medio y habitaciones alrededor de éste. Suelen tener varias plantas y una terraza en la azotea, en la que se pueden encontrar un mobiliario típico marroquí, desde sillas, mesas, sofás y otras comodidades hasta alguna Jaima, típica tienda del desierto. Es habitual que los desayunos se sirvan en esta terraza. Esta vez nos quedamos en el Riad Mamma Housse, donde nos trataron espléndidamente. Agradecer el trato y la hospitalidad en especial a Mohamed, que además nos deleitó con su té bereber, cosa seria.

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Nuestro periplo por la ciudad se dirige en este segundo día hacia el sur de la plaza Djemaa el Fnaa, cruzando los jardines de la Kotubia y adentrándonos por la Rue Sidi Mimoun hasta alcanzar las puertas, Bab Er-Robb y la Bab Agnaou, así como, el Palacio Real.

La Bab Er-Robb se traduce como ‘Puerta del Señor’ y hoy en día funciona como la entrada principal de la Medina, si bien no es tan impresionante como su vecina cercana la Bab Agnaou, erigida en el siglo XII por Yacub Al Mansur. Ésta es una de las joyas del arte almohade y forma un gran arco de herradura con decoración geométrica, floral y epigráfica, proyectada en piedra de tonos azul ocre, ofrecen el contrapunto perfecto al color rojizo de la muralla que flanquea la construcción, sirvió como expositor para colgar las cabezas de delincuentes y maleantes. Muy cerca se encuentra el Palacio Real al que no se puede acceder.

La puerta Bab Agnaou nos introduce en la kasbah, un espacio fortificado formado por callejuelas estrechas y laberínticas con muchos puestos de verduras, carnes y pescados, caminando recto por la puerta se llega a la Mezquita de la Kasbah de igual fecha que la puerta no permite la entrada a los no musulmanes. Justo al lado atravesando un pasillo estrecho y húmedo se encuentra la entrada a las Tumbas Saadies (10 dirhams).

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El sultán Ahmed el-Mansour el-Dahbi mandó construir este mausoleo en el siglo XVI, en un jardín protegido por altas murallas. El mausoleo está formado por tres salas, la Sala de Mirhab, la Sala de las Doce Columnas, donde está la tumba del sultán y la Sala de los Tres Nichos. Los techos están decorados con estucos y maderas talladas y los suelos suelen estar fabricados con coloridos mosaicos de azulejos. Los jardines que representan el paraíso están llenos de otras tumbas pertenecientes a consejeros, ministros, etc. En el centro se levanta el mausoleo de Lalla Messaouda, madre de Ahmed Al Mansur, posteriormente ampliado para acoger a otros familiares, aquí destacan los tejados  cubiertos de tejas verdes de cerámica vidriada.

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Continuamos nuestro paseo en dirección norte hasta alcanzar la plaza Ferblantiers (Hojalateros) que en nuestro primer viaje la estaban acondicionando, hoy luce espléndida,  rodeada de pequeños talleres de metal y suntuosas palmeras, ofrece el reposo en las numerosas terrazas que se asoman a ella.

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En el lado septentrional se abre una puerta que permite el acceso al Palacio del Badi (10 dirhams), edificado a finales del siglo XVI por el sultán Saadí Ahmed al-Mansur para celebrar la victoria sobre el ejército portugués en 1578 en la batalla conocida con el nombre de la Batalla de los Tres Reyes. El impresionante conjunto palaciego constaba de 360 habitaciones dispuestas en grandes pabellones en torno a un patio central: El Pabellón de Cristal, el Pabellón de Audiencias, el Pabellón Verde y el Pabellón del Heliotropo. En el enorme patio de 135 por 110 metros se había instalado un estanque de 90 por 20 metros con una hermosa fuente. Otros estanques marcaban las esquinas del patio. En 1696, el sultán alauí Moulay Ismail decidió desmantelar las riquezas del palacio para construir la nueva capital imperial de Meknes.

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Regresando a la plaza y dejándola a nuestra espalda nos dirigimos por la Rue Bahia Bab Mellah, hasta la entrada al Palacio de Bahia (10 dirhams). Un sendero ajardinado con preciosos naranjos, limoneros, etc nos lleva hasta las dependencia mandadas a construir en el s. XIX por el visir Ahmed ben Moussa. El conjunto palaciego consiste en una agrupación de dependencias todas en planta baja, (el visir era un gordo, jajaja), que puede parecer desordenada, de pequeños patios, jardines, salones y dependencias. El denominador común es una decoración exquisita, típica de la arquitectura marroquí, que alcanza sus puntos culminantes en las dependencias donde el visir recibía visitas oficiales. Lo que más impresiona es el gran patio, llamado Patio de honor. Consiste en una inmensa explanada de 50 por 30 metros, cubierta de mármol y zelliges (mosaicos geométricos típicos de Marruecos), rodeada completamente por una galería que apoya en esbeltas columnas de madera decapada. Las numerosas habitaciones que dan a este patio eran ocupadas por las concubinas del visir y sus hijos.

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También a este gran patio daba la imponente Sala de Honor de 20 por 8 metros, la más grande y suntuosa del palacio, utilizada en recepciones oficiales y cuyo cielorraso pintado destaca por su belleza. También se pueden visitar pequeños patios interiores que dan paso a salas donde el visir recibía a los gobernantes y embajadores, tales como la Sala del Consejo, donde resalta especialmente el cielorraso pintado, u otras que fueron sus apartamentos privados. Más tarde, en estas salas fueron instaladas las oficinas del mariscal Lyautey, en tiempos del protectorado francés en Marruecos.

Al salir del palacio continuamos por la misma rue y nos introducimos en el Mellah, el Barrio Judío, que parece haberse estancado en el tiempo.  Lo primero que visitamos es su viejo cementerio o Miâara (10 dirhams), pegado a la muralla de la Medina, es una sucesión de blancos túmulos rectangulares de diferentes tamaños. Aparentemente abandonado, sorprende sin embargo que algunas lápidas tengan fechas recientes. Nos adentramos en el barrio por estrechas callejuelas de altos edificios pintados en colores cálidos, cuyas paredes descascaradas dan la apariencia de un barrio viejo y pobre. Una señora solícita nos acompaño hasta la Sinagoga Alzama (10 dirhams),  una de las dos que han continúan abiertas, la otra es la Negidim. construida en 1492, el año en que los judíos fueron expulsados de España, es considerada la más antigua de la ciudad.

Terminamos la visita en el Kyssaria o Mercado Cubierto de los joyeros, dos galerías con una cuarentena de tiendas donde las joyas son protagonistas. De las joyas pasamos al Gran Zoco de las Especias, el mercado más antiguo del barrio. Muy llamativos, sin duda, los voluminosos conos de especias que se alinean en una sucesión de colores y aromas: azafrán, comino, cilantro o mezclas de especias ya listas para condimentar los platos típicos. Bolsas repletas de hierbas, aromáticas o medicinales, y frutos secos completan la oferta de este mercado, así como los productos para el cuidado personal: cremas para la piel, piedras para los pies, perfumes y jabones. También tuvimos la suerte de ver un horno comunitario, donde los vecinos llevan el pan y sus tajines para que se lo cocinen.

El zoco termina nuevamente en la plaza de los Hojalateros, aprovechamos para tomar la rue Riad Zitoun Lakdim, que te lleva a la plaza Jemaa el Fnaa y también al restaurante al que siempre hemos venido desde que lo visitamos la primera vez, Dar Essalamaquí es donde Alfred Hitchcock rodó una escena de la película «El hombre que sabía demasiado» con James Stewart y Doris Day.

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Por la tarde uno puede acercarse a los Jardines de la Menara, fueron creados sobre un antiguo estanque almohade del s. XII, que se usaba para el riego de miles de olivos. El nombre de Menara deriva de la pequeña pirámide verde, menzeh del tejado del pabellón. Este pabellón se construyó durante la dinastía Saadi en el siglo XVI y renovado en 1869 por el sultán Abd ar-Rahman ibn Hicham, para sus encuentros amorosos.

En la Medina también se puede disfrutar del Le Jardin Secret o Jardín Secreto (50 dirhams), en la Rue Mouassine 121, forma parte de un complejo palaciego de la dinastía Saadi, que como la mayoría de edificios fueron destruidos por los almohades. Desde la calle no se puede intuir el remanso de paz que sus altas paredes esconden en su interior. Una austera recepción da paso al primer jardín denominado Exótico, conformado por plantas de todos los continentes, incluida alguna de las Islas Canarias, unos delicados bancos permiten sentarse relajadamente a disfrutar del frescor y el sonido del borboteo del agua de la fuente y del piar de los pájaros. La reconstrucción de los jardines se debe al arquitecto inglés,  Tom Stuart-Smith. Un pabellón da paso da paso al Jardín Islámico y a los dos edificios principales.

El Jardín Islámico está dividido en cuatro zonas con fuente central siguiendo la tradición coránica del paraíso, que contiene el cuarteto de árboles, el Olivo que representa la dicha, la Granada; la unidad, integridad y la fertilidad, la Higuera o el higo es la fruta del paraíso y la Palmera cuyos frutos, el dátil se comen al romper el ayuno al final de cada día de Ramadán. A cada lado del jardín se levantan los dos edificios más relevantes, un pabellón con una  Torre adjunta desde la que se tienen unas vistas increíbles de la Medina y una terraza con vista al jardín. Frente a éste se levanta un Pabellón de descanso o Hbiqa, con cortinas de gasa, que se mueven ondulante ante la más leve brisa. Todo el conjunto se caracteriza por el uso del tadelakt, los zellij y la bejmat de Fez, la madera de cedro con incrustaciones, los estucos tallados a mano y los diseños geométricos. Se encontraron bajo sus entrañas, las viejas khettaras que surtían de agua al hammam y las fuentes.

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Marrakech, en bereber significa, Tierra de Dios, aunque ha recibido todo tipo de nombres; la Perla del Sur, la Ciudad Roja, etc, ha sido visitada por los grandes viajeros como Ibn Battuta, y se han enamorada de ella; artistas como Matisse, escritores como Juan de Goytisolo, dirigentes mundiales de la talla de Wiston Churchill o actores y actrices que han hecho del hotel La Mamunia, otro lugar de peregrinaje. Con el paisaje de fondo del Atlas nevado se recortan sus murallas al rosa del atardecer…y me vienen a la cabeza los sonidos ritmicos bereber y el estribillo Habibi (cariño, amada, mi amor..). Seguro que volveremos a este maravilloso pais, Marruecos...إن شاء الله